sabato 20 luglio 2013

Fortuna di Giovanni Boccaccio


A siete siglos del naci­miento de Boc­cac­cio, los escri­to­res y ensay­i­stas 

Alberto Man­guel y Car­los Gar­cía Gual rei­vin­di­can no solo su dimen­sión lite­ra­ria, 

sino tam­bién la del pen­sa­dor y el humanista


Alberto Manguel

"El Paìs", 4 luglio 2013


La For­tuna, como los con­tem­po­rá­neos de Boc­cac­cio bien sabían, hace que, para la poste­ri­dad, nue­stra per­sona sea pocas veces la que noso­tros ima­gi­na­mos. Boc­cac­cio se defi­nió a sí mismo ante todo como poeta, como estu­dioso de las len­guas, como pen­sa­dor, y sólo en última instan­cia como nar­ra­dor: la fic­ción le impor­taba menos que la filo­so­fía y la histo­ria, o le impor­taba sobre todo como vehí­culo para la filo­so­fía y la historia.
Fue un pre­cur­sor ilu­mi­nado de la gran lite­ra­tura rena­cen­ti­sta, y pudo escri­bir tanto en el latín de su amado Cice­rón como en la nueva len­gua toscana que com­par­tió con Dante y Petrarca. Este último fue su mae­stro y lo incitó a cono­cer los clá­si­cos paga­nos, pero Dante fue su ídolo. Como crí­tico lite­ra­rio, Boc­cac­cio fue uno de los pri­me­ros y más astu­tos lec­to­res de Dante, y el autor de su pri­mera impor­tante bio­gra­fía, esta­ble­ciendo el método de lec­tura de la Come­dia(a la cual dio el epí­teto de “divina”) empleado aún hoy por los espe­cia­li­stas dan­te­scos, que con­si­ste en ana­li­zar el poema canto por canto y verso por verso (antes de su muerte en 1375 sólo llegó a comen­tar los die­ci­siete pri­me­ros can­tos del Infierno). Como lin­güi­sta, Boc­cac­cio se con­vir­tió en uno de los más ardien­tes defen­so­res de la len­gua y la lite­ra­tura grie­gas en Ita­lia, ufa­nán­dose de haber resca­tado a Homero para sus con­tem­po­rá­neos. Como nar­ra­dor, com­puso una de las pri­me­ras nove­las psi­co­ló­gi­cas, la epi­sto­lar Ele­gía de Madonna Fia­metta y tam­bién, sobre todo, una de las más entre­te­ni­das colec­cio­nes de cuen­tos de todos los tiem­pos, El Deca­me­rón.
Los here­de­ros de Boc­cac­cio son nume­ro­sos y a veces ine­spe­ra­dos. En Ingla­terra, Chau­cer com­puso sus Cuen­tos de Can­ter­bury inspi­rado en su lec­tura de El Deca­me­rón, y Sha­ke­speare cono­ció su Filo­strato antes de escri­bir Troilo y Cré­sida. Sus Poe­mas pasto­ra­les ayu­da­ron a popu­la­ri­zar en Ita­lia el género que luego reto­ma­ron Gar­ci­laso y Gón­gora en España y su humor, inte­li­gen­cia y desen­fado pue­den sen­tirse en auto­res tan diver­sos como Rabe­lais y Ber­told Bre­cht, Mark Twain y Karel Capek, Gómez de la Serna e Italo Calvino.
Es sor­pren­dente que solo ‘El Deca­me­rón’ haya sobre­vi­vido a la pereza de los lectores
Es sor­pren­dente que sólo El Deca­me­rón haya sobre­vi­vido al descuido y a la pereza de los lec­to­res y si hoy, ocho siglos después de su naci­miento, deci­mos que Boc­cac­cio es un clá­sico, es a esa pro­di­giosa colec­ción de nar­ra­cio­nes que el autor debe su fama. El resto de sus nota­bles escri­tos —desde su revo­lu­cio­na­rio com­pen­dio pre­fe­mi­ni­sta,Acerca de muje­res famo­sas, hasta su monu­men­tal Genea­lo­gía de los dio­ses paga­nos— han sido mayor­mente olvi­da­dos. Su obra más céle­bre, El Deca­me­rón, es recor­dada menos como un gran fre­sco lite­ra­rio, inmenso retrato de la apa­sio­nada y com­pleja Ita­lia del siglo XIV, que como una reco­pi­la­ción de anéc­do­tas más o menos esca­bro­sas, juz­ga­das obsce­nas. Para la mayo­ría del público, sobre todo para aquel­los que no lo han leído, El Deca­me­rón con­si­ste exclu­si­va­mente en bro­mas soe­ces, adul­te­rios, infi­de­li­da­des y orgías pro­ta­go­ni­za­das por cam­pe­si­nos priá­pi­cos, aldea­nas nin­fó­ma­nas, nobles insa­cia­bles, curas lúbri­cos y mon­jas desvergonzadas.
Casi desde su difu­sión ini­cial, la cen­sura con­tri­buyó en no poca medida a la cele­bri­dad de Boc­cac­cio. El Deca­me­rón fue con­de­nado desde el púl­pito, incluido en el Index de la Igle­sia cató­lica, tachado de por­no­gra­fía por las auto­ri­da­des adua­ne­ras del mundo entero y echado a la hoguera en sitios tan diver­sos como el sur de Esta­dos Uni­dos y la China de Mao. Durante el fran­qui­smo, auda­ces libre­ros ven­dían a escon­di­das ejem­pla­res pira­tea­dos, empa­que­ta­dos en papel marrón.
Por supue­sto, a pesar de la con­streñida lec­tura de los cen­so­res, la cali­dad eró­tica de El Deca­me­rón es sólo uno de sus mati­ces, y por cierto no el más impor­tante. Bajo la som­bra de la ter­ri­ble peste que azotó Flo­ren­cia en el siglo XIV, los cuen­tos que com­par­ten los diez jóve­nes que esca­pan de la ciu­dad con­ta­mi­nada son una cró­nica del mundo en el que viven. Amo­res, tra­ge­dias, embu­stes, trai­cio­nes, ami­sta­des fie­les, pro­me­sas cum­pli­das e incum­pli­das, con­fa­bu­la­cio­nes, cri­sis de fe, sub­ver­sio­nes y momen­tos de epi­fa­nía com­po­nen un mosaico bul­li­cioso y sobre­co­ge­dor en el que la peste que enmarca a los nar­ra­do­res (y a la nar­ra­ción misma) se con­vierte en una suerte dememento mori, recor­dán­do­les a la vez su pro­pia mor­ta­li­dad y su ine­sca­pa­ble con­di­ción de seres con­scien­tes en un mundo difí­cil e inju­sto. Boc­cac­cio con­si­de­raba la Come­dia de Dante como la obra lite­ra­ria más per­fecta; com­po­niendo El Deca­me­rón quiso tal vez respon­der a esa sublime visión ultra­ter­rena con la suya, humil­de­mente arrai­gada en este mundo.
Sha­ke­speare, Bre­cht, Chau­cer, Gón­gora o Twain son algu­nos de sus herederos
Pocos aso­cian a Boc­cac­cio con la noción de humil­dad: agre­gue­mos a esta la com­pa­sión. En sus diver­sas obras magi­stra­les, Boc­cac­cio inve­stiga las aven­tu­ras y desven­tu­ras de per­so­na­jes ima­gi­na­rios e histó­ri­cos, de héroes y seres comu­nes, y tam­bién de los dio­ses, y en todos ellos el lec­tor siente que Boc­cac­cio se apiada de la con­di­ción de todos estos seres.
Hablando de su que­rido Dante, apunta en uno de sus comen­ta­rios que el autor de la Come­dia “demue­stra com­pa­sión no sólo hacia las almas que oye con­fe­sarse, sino más bien hacia sí mismo”. Boc­cac­cio entiende que en las almas del otro mundo, Dante reco­noce sus pro­pias fla­que­zas y sufri­mien­tos. Implí­cita en la ala­banza, está la con­fe­sión que Boc­cac­cio tam­bién se reco­noce en sus hom­bres y muje­res. En la dedi­ca­to­ria deAcerca de muje­res famo­sas, Boc­cac­cio pide a la Con­desa de Alta­villa que se atreva a descu­brir en las accio­nes de cier­tas heroí­nas paga­nas un ejem­plo de su pro­pia con­ducta. Es una forma de decir que él, su autor, se sabe refle­jado en sus cria­tu­ras hechas de pala­bras, pala­bras que han sobre­vi­vido ocho siglos para ser­vir ahora, en otra época no menos sufrida e inju­sta que la suya, de nece­sa­rio espejo a sus nue­vos lectores.
Boccaccio De Casibus Virorum Illustrium 
Paris, 1467
MSS Hunter 371-372 (V.1.8-9)

De dioses, mitos y literatura

Más allá de 'El Decamerón', queda otro Boccaccio

Con sus obras latinas abrió camino a los humanistas del Renacimiento


Carlos Garia Guàl

Los lectores actuales identifican a Boccaccio como el autor de El Decamerón, el gran fabulador de relatos eróticos y pícaros, indudable pionero de la novelística europea. Pero queda otro Boccaccio, que con sus obras latinas abrió camino a los humanistas del Renacimiento. Y convendría no olvidarlo ahora al celebrar el séptimo centenario de su nacimiento.
Me refiero al autor de la gran enciclopedia mitológica sobre los dioses y héroes antiguos, ese extenso y doctísimo repertorio, en quince libros, en el que trabajó durante sus últimos veinticinco años, tituladoGenealogia deorum gentilium y publicado al fin de sus días, de asombrosa difusión e influencia durante los dos siglos siguientes. Recibió el encargo de escribir ese vademecum sobre “los dioses de los gentiles” del rey de Chipre, Hugo IV de Lusignan, hacia 1350, y lo dejó concluido hacia 1375. En tal empeño fue alentado también por su gran amigo Petrarca, y logró concluir esa amplia y magnífica recuperación de la herencia mítica del paganismo, concebida no sólo como un prodigio de erudición, sino, ante todo, como un rescate de la gran narrativa poética de los antiguos, no ya mensaje teológico sino una incomparable fiesta de la fantasía.
En su torrencial prosa latina quiso reconquistar el encanto de los antiguos mitos y lo hizo con inusitado fervor hacia ese mundo pagano, despreciado por los clérigos medievales. En el admirable Libro XIV reivindica con vivo entusiasmo el valor de la poesía para la vida y el conocimiento del mundo, adelantándose al Humanismo.
Todo el fervor pagano del Renacimiento lo anuncia ya Boccaccio a través de su manifiesta simpatía hacia la poesía que pervive en los mitos antiguos. Él fue además, recordémoslo, el primero en lograr leer en Occidente, tras muchos siglos de desconocimiento, La Odisea y La Ilíada de Homero, traducidas a petición suya por un turbio monje bizantino, y pudo enorgullecerse de inaugurar el contacto con esos textos aurorales. Fue también Boccaccio quien descubrió en la abadía de Monte Casino los primeros manuscritos de Apuleyo y de Tácito, entre otros.
Desde 1461 el amigo de Petrarca no escribió novelas en su vivaz italiano, sino doctos textos en latín: la Genealogia y un par de obras menores. Pero, evidentemente, este otro es el mismo: el inaugurador de la novelística en lengua vulgar, el escritor de El Decamerón, la Fiammetta y el Corbaccio, que, algo más viejo, contempla el mundo humano desde su atalaya con renovado vigor poético y vuelve su mirada hacia los mitos clásicos. Más allá de las distintas lenguas y diversos temas, el autor mundano y satírico novelista y el erudito latinista no dejan de ser un mismo y único y genial Boccaccio. Es fácil ver un eje común entre una y otra etapa: el inagotable amor a la fantasía narrativa, lo que Goethe llamaba Lust zu fabulieren.
La admiración y la deuda de nuestra literatura europea hacia Boccaccio, estupendo narrador y temprano humanista, resulta, por tanto, doble.

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